Soy de los que leen poco, poquísimo de poesía. Me sucede al igual que con la música: suelo remplazarla con silencio y ruidos ambientales. Pero cuando vuelvo a oír una canción, ésta abre universos prístinos y renovados, llenos de significados, símbolos, quiebres y sugerencias como los vistos en la poesía de Róger Santiváñez, la cual da muestra de todo un sistema poético construido a lo largo de varios años y registrado en Dolores Morales de Santiváñez, selección de su poesía publicada por el buen Teófilo Gutiérrez. Conozco a Róger desde antes que fuéramos vecinos en el Jirón Bellavista del purito Rímac, al lado del primer paradero del Büssing 59, simbólico lugar de inicio de un largo viaje en la escritura que al cabo del tiempo nos tiene de vecinos en Nueva Jersey. Luego de una reciente visita, donde por fin pude conocer las famosas orillas del río Cooper, y escuchar a Róger y a Ulises Juan Zevallos hablar largamente de la poesía peruana desde los setenta hasta la fecha, voy a hacer unos comentarios a Dolores Morales de Santiváñez, tarea que emprendo con gusto, y con temor, porque de crítica literaria ya no sé nada y lo que sigue son mas bien apuntes de un llaqta lector1 a punto de caminar en un frondoso bosque de imágenes donde la brújula fluctúa entre varios nortes igualmente magnéticos. Para ello es necesario poner en la alforja unos cuantos hilos conductores que permitan no sólo ver la vegetación total como un conjunto armónico y bello sino también señalar cuales podrían ser las líneas generales de su particular sistema poético.
Anoto estos pocos hilos de una forma aleatoria, dejando para el final el asunto del arte poética y la poesía de ruptura que, según creo, explican gran parte de la poesía de Róger a partir del parafraseo de unos versos de Oquendo y Amat: “no tuvo miedo / y regresó de la locura”. Porque a su vuelta de territorios ignotos los títulos de imaginería cristiana de sus últimos libros simbolizan más bien una síntesis del erotismo y poesía mas allá del no menos invitante pubis dentado de la violencia.
Poesía de los orígenes. De Piura, tierra de escritores. De un barrio de clase media desde donde los primeros amores salen a pasearse por los versos al igual que los amigos, pero dejando paso a la casa familiar con el padre y la madre, cuya ausencia es siempre presente. Fuente de poemas que conmueven como aquel de las tumbas de los padres en medio de las cuales hay un lugar para él. O el del serrano que se colgó del algarrobo para que el joven poeta escribiera su muerte años más tarde. Orígenes y vasos comunicantes con Matienzo, en el centro de Lima, donde la lata china de la madre aún perdura en un estante. Lugar de retorno desde donde se vuelve a salir movido por el erotismo y la poesía, quizás en búsqueda de aquella muchacha que se fue del barrio sin que nadie/nada se la agarrara. Piura, Santa Isabel. El desierto. Los jóvenes amigos en tiempos de rock y muchachas. Espacio fértil de los poemas (y narrativa) en prosa, a partir de El chico que se declaraba con la mirada, que tiene un aire a Adán de la Casa de Cartón, pero mucho, muchísimo más putañero.
Poesía de poetas. Alusiones a poetas de la poesía y a aquellos que se acercan a la otra orilla del lenguaje. Mostrando a partir de ellos el panteón de héroes, no solo de Róger sino también de un buen sector de poetas peruanos, creo. Martín Adán, Ezra Pound, Luchito Hernández, El Che, Allen Ginsberg, Vallejo, para decir que no es él, y Heraud, para decir que es Hinostroziano frente a la historia. Blake también, y Dante. Acaso Rimbaud. Y Lezama Lima. Algunos poetas del siglo de oro español y otros que no recuerdo. De Martín Adán e Hinostroza, la perpetua arte poética de su obra. De Pound el gusto por los varios lenguajes. Quiebres lingüísticos al latinchayoq2, al inglés y algo del quechua. Sobre todo al español peruano que en Symbol llega a tal densidad poética que, junto a sus últimos libros, sería materia de estudios aparte. Aquí me pregunto con qué recursos poundianos habría descrito Róger la experiencia de ver a Kate Pound, nieta del fabro, bañarse qala siki3 en un riachuelo que bajaba del Bread and Loaf de Robert Frost. Un ardor de veintidós ciclos solares sobre las aguas. Diurno de Vermont. De Allen Ginsberg no sólo la fascinación de su paso por el Perú, pero la gran huella de la poesía beatnik en los poetas de varias generaciones peruanas, empezando por el íntimo parentesco entre Howl y En los extramuros del mundo, de Verástegui. Acaso de ahí los súbitos remates en inglés, que también podrían venir del rock. Poeta de poetas. Paso de Róger por la generación de los setenta, Hora Zero, Kloaka (ya en los ochenta) y otros grupos de ruptura, pero manteniendo --un gran logro-- una voz personal y distintiva, por lo menos en relación a la poesía de los setenta, que en Róger deja huella en su entrega al arte y a la vida, pero no rastros estilísticos ni temáticos.
Poeta de varios registros. Tomada en su conjunto, desde su primer libro hasta Santa María y los poemas no recogidos en libros, la poesía de Róger se enmarca en una interesante tensión entre un lenguaje cercano a lo coloquial, fácilmente aprehensible, que deja huellas desde la primera lectura --una muchacha meciendo la responsabilidad de su belleza al arreglarse el cabello, los sonidos de una fiesta al fondo de una noche-- a registros densos, extremos y experimentales que dentro de ciertos límites estilísticos trazados por el poeta, invitan a varias relecturas: lo que seduce en ellos nos lleva a hurgar repetidamente en varias capas de significados. Me refiero a Symbol y Cor Cordium como casos de lenguajes extremos, que en mi modesta opinión son muestra de gran poesía. Lo interesante es que esta escritura extrema, que en momentos recuerda a Hugo Sotíl en el fútbol y a Vallejo y Juan Ramírez Ruiz en la poesía, no está ahí solita nomás. Se apoya en las poéticas coloquiales que hay entre título y título, y a veces dentro de los mismos textos extremos. En medio de esta tensión creativa están los textos en prosa y, al final, como resolución, los textos de Eucaristía que trabajan lo coloquial, lo familiar y erótico amoroso pero con la mano de quien ha ido y regresado de los extremos del lenguaje.
Poesía erótica. Arte poética a partir del erotismo. Desde sus primeros poemas, Róger ha mostrado un particular interés por la poesía erótica. La lectura de todos sus libros nos da cuenta de varios de sus amores, que serían un capítulo resaltante en la historia de amores literarios del Perú. Una nota pintoresca es que he tenido que esperar hasta leer Santísima Trinidad para enterarme quién fue el afortunado que por fin pudo con Mili, quien tenía locos a los maqtas4 del Wony. Al margen de ello, lo importante es señalar que para Róger el asunto no sólo es poesía erótica. Poesía erótica de por sí es común y recodo casi obligado de la escritura. Lo novedoso es que aquí el erotismo es a la vez arte poética y los actos de desnudamiento, penetración, clímax y cachería momentos fundantes en la repetida y siempre insatisfecha búsqueda del poeta por lo bello y lo poético. Es un erotismo de arte poética al borde del abismo, atraído por la arrechura del otro lado, que en Cor Cordium me ayuda a entender por qué dentro de los títulos cristianos de sus últimos libros, los polvos carnales y de palabras están aún presentes: mientras más puta la poesía, más sagrada. Esto se muestra en toda su obra, pero el final de Cor Cordium es clave. No suelo citar versos sueltos para no sacarlos de la musicalidad que los integra al conjunto de una obra, pero creo que aquí sí vale la pena la excepción: “ya llega pues / a Caylloma / y / sé / la puta más cochina / de Lima / y sin embargo pura la rosa / que este documento expone / virgen / de / Fátima / en tu santo”. Desde Adán la Rosa es poesía y desde Róger ambas son coito sagrado.
Y poeta de arte poética. Se podría escribir volúmenes sobre el destino y los límites de las posturas vanguardistas y de rupturas en el universo escritural peruano de fin e inicios del milenio, pero vale la pena esbozar un elemento en boga a mediados de los setenta, que es cuando Róger llega a Lima dispuesto a entregarse de lleno a la poesía en un proceso que lo lleva de vuelta de Insane Asylum (1989). La poesía debía acercarse a la vida y ser de ruptura: Ir más allá del vigente sistema escritural y por ende social. Era un acto de vanguardia. Huellas de los románticos, de Artaud y Rimbaud. Huellas de la contracultura del norte, de los beatniks y el rock, hasta los hippies y Lennon. Pero también una gran presencia de Javier Heraud, del marxismo, del partido y de sus comisarios facho stalinistas que más parecían curas extirpadores. Momentos en los cuales se admiraba a El consejero del lobo. Pero su generación debía ser repudiada y superada. Legado fundacional de Un par de vueltas por la realidad del tayta Juan Ramírez Ruiz. Universo hirviente rumbo a los extramuros. Hojas de ruta que se discutían en movimientos, plenarias, comisiones y manifiestos. La gran presencia de los tamputokos (palabra de Róger) utópicos a la vuelta de la esquina, que se irían a conquistar tras la derrota de Morales Bermúdez. Desde ese escenario salen en la poesía de Róger los temas de la amistad, la solidaridad, la noche, la bohemia de Lima desde el Palermo y el Wony hasta los diversos momentos del Jirón Quilca. Él es uno de muchos escritores heroicos que se quedó en el centro para ver no sólo la debacle de la interpretación de la ruptura social por la vía armada y dogmática sino también la de las izquierdas oficiales, que al cabo del tiempo se refugian en ONGs y en verdades sistémicas, mientras negocian varios intentos de ser --y esto es valioso-- la reserva moral de un país de muchos más dolores morales que los que se hallan en las páginas de Róger. Dicho en otras palabras, la historia que tenía más imaginación que la imaginación, puso a prueba los supuestos de ruptura vigentes y planteó a la poesía, a la política y al quehacer cultural desafíos radicales no respondidos como se esperaba. Róger tuvo el valor de enfrentar esto a partir del arte poética sin caer en la poesía política, pero en un proceso que en un momento lo lleva a declarar que frente a la historia es hinostroziano, pero a un costo desgarrador: “me fui huyendo como dijo Heraud / aunque él sí murió por nosotros / soy hinostroziano no creo / en las guerras no creo en nadie soy / un lumpen maldita la hora en que hablé / con un lumpen no soy un lumpen soy”. Un texto aparecido en 2004 (Eucaristía) que tiene la valentía de aún decir “soy” frente a los estragos de la guerra y la retrechera chingana de la vanguardia y el rupturismo. Sabemos que Róger fue impulsor de varios movimientos artísticos entre los que se destacan Kloaka y las bandas de rock underground. No conozco mucho sobre estos movimientos y no sé de su huella en la poesía de Róger, pero, como repite mi cuate Pedro Granados, solitarios son los actos del poeta como el amor y la muerte. Al final tuvo que enfrentar sapachallan urpi5 su ingreso en un sanatorio para salir no sólo con un testimonio sino con una declaración que me parece fundamental para reflexionar sobre los límites del rupturismo en el arte: “yo que he estado, que he vivido un tiempo --el suficiente, el necesario-- en un hospital para enfermos mentales; reinvindico no sólo la famosa frase de Martín Adan ‘allí adentro se está mejor que afuera’ sino el amor con que uno aprende a vivir luego de esa experiencia. Amor que quiere decir muchacha, amor que quiere decir ‘ni matar ni morir’ como me dijo una tarde de amistad y poesía Rodolfo Hinostroza” (nota al final de Insane Asylum). Más acá de los requerimientos sacrificiales tanto del sistema como de la ruptura. Y de la banalidad de la locura como fetiche. Al escribir esto, a mí que tengo mi bobo, se me salen las lágrimas. Y veo que en el arte, cual enigma Zen, las verdades más sencillas y profundas están muy cerca. Pero para llegar a ellas hay que caminar largo y con riesgos. Lo importante es regresar enteros, vivitos y coleando, sin que al final el corazón sea un botón más de la camisa de fuerza, sino el camino a una síntesis espiritual y creativa más avanzada. Algo a lo que me parece Róger apunta mientras escribe desde el río Cooper.
Dados estos hilos conductores, y aunque para mí son todavía un misterio los títulos cristianos de sus últimos libros, dan ganas de meterme en un Büssing imaginario y seguir releyendo la poesía de Róger, mientras a la vuelta de Villacampa veo a las muchachas del María Parado de Bellido saliendo del colegio.
Gracias por el viaje, amigo Róger. Abraxas.