Comentario

Ciberayllu
21 marzo, 2010

Lima, la «ciudad de payasos» de Daniel Alarcón

Alfredo Quintanilla

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A Cledy

«Lima era, en hechos y en espíritu, una “Ciudad de payasos”»

Si a Daniel Alarcón le ha tomado cinco años conquistar el número de lectores en Estados Unidos que a Vargas Llosa le tomó 30, cabe preguntarse, legítimamente, ¿por qué el éxito de su cuento «Ciudad de payasos»1, si no trae ninguna innovación técnica? ¿Por qué, si su anécdota es casi tan irrelevante como las vidas de sus protagonistas?2 ¿Por qué, si no revela ningún ángulo oscuro de Lima, como lo hicieron en su momento «Los gallinazos sin plumas» de Julio Ramón Ribeyro; «Guitarrón florido» de Cronwell Jara o «Taxi driver sin Robert de Niro» de Fernando Ampuero?

Puede ensayarse algunas respuestas: porque, siendo el trabajo de un peruano criado en Estados Unidos que escribe en inglés, explora un mundo distinto al suyo con la penetración y sabiduría de un Beckett. Segunda, porque, sus personajes tienen la densidad psicológica que sólo logran construir expertos en la pluma luego de haber trajinado más lustros por la vida que este joven autor, quien debe haberlo escrito cuando tenía 25 años. Finalmente, porque este cuento es una magnífica pieza de sociología urbana del Perú y tendrá, auguro, larga vida como el  mural más intenso de los engranajes sociales que mueven a Lima.

El cuento puede resumirse así: un joven periodista recorre la ciudad disfrazado de payaso como investigación para un reportaje encargado por su jefe, mientras procesa emocionalmente la reciente muerte de su padre, quien lo había abandonado cuando era un púber. El recuento que hace de su vida, desde su llegada a la ciudad como niño serrano y del descubrimiento de la verdadera naturaleza de su padre, corre paralelo a otro descubrimiento: al de las relaciones sociales de la urbe articuladas por la hipocresía. Así, observa a«Lima en toda su grandeza. Los sistemas de la ciudad tornándose claros para mí, sus células, sus arterias, sus múltiples corazones palpitantes».

Sociología de la cultura urbana

Ahí está descrita con vivos colores, sonidos, ritmos y casi olores, la vida cotidiana de Lima: sus ruidosas calles llenas de comerciantes; las protestas callejeras de los de abajo; los terminales de buses provincianos donde pululan ladrones de equipajes; sus drogadictos en la oscuridad; sus lustrabotas y busconas; los titulares gore de sus diarios; sus carteristas y músicos ciegos; los cierrapuertas del Jirón de la Unión; sus niños delincuentes apodados «pirañas»; sus payasos en los buses.

Hace casi 50 años, Sebastián Salazar Bondy escribió un ensayo que definió a la capital del Perú, creando un consenso nacional que alcanza hasta hoy: Lima, la horrible, epíteto tomado de un poema de César Moro. En él, procura entender la cultura o las culturas que habitan en Lima, desde su reciente explosión demográfica generada por la invasión de los habitantes de los Andes, lo que provocó un inmenso choque cultural y la síntesis de una cultura mestiza que no ha culminado todavía. Pocos años después, su hermano Augusto publicó un breve ensayo, La cultura de la dominación, en el que la constatación de esa hibridez le lleva casi a censurar la conducta de los peruanos, y de los limeños en particular, marcada por la «mistificación de los valores, inautenticidad y sentido imitativo de las actitudes, superficialidad de las ideas y la improvisación de los propósitos».

«Ciudad de payasos» es un  minucioso inventario de la doblez que habita en Lima: la traición más frecuente y socialmente aceptada, la del padre que abandona a la madre y a su prole por otra mujer. El engaño del que dice que sabe, pero ignora todo o casi todo: «Lo he hecho muchas veces», aseguraba al contratista, mientras examinaba una herramienta que nunca había visto en su vida». La traición de las cosas o de los que fabrican cosas haciéndolas pasar por otras: «camisetas del Barcelona falsas», «Jeans hechos en Gamarra para parecerse a Levi’s; zapatillas hechas en el Llauca con apariencia de Adidas». La perfidia del honrado albañil que desvalija las casas que antes reparó. La del niño barriobajero integrado como sumiso compañero becario de un colegio privado y que —en reivindicación— les roba a sus condiscípulos sin remordimiento. La apariencia que disfraza la realidad dando otra impresión al observador: «Desnuda, se veía demasiado compacta y parecía casi gruesa. Vestida, manipulaba sus formas con jeans apretados y tops aún más apretados». El vaciamiento moral de los que debieran dar el ejemplo: «Descubrí a un policía recibiendo un soborno, oculto detrás de una puerta de callejón». La hipocresía de los payasos y sus sonrisas fingidas para cosechar unas monedas.

Y sin embargo, en esta gran alegoría, la ciudad de actores en procura de sobrevivir, no recibe —de parte del autor— los denuestos que en su día pronunciaron César Moro y Salazar Bondy.  Y no los recibe pues, comparada con Cerro de Pasco, «esa alta llanura helada, su delgado aire y sus casas deprimentes, estoy agradecido de estar acá», mal que bien, la capital le ha permitido al protagonista ir a la universidad y aterrizar en un «trabajo respetable».

Hay una visión romántica de la ciudad moderna como atmósfera de tentación, como habitada por el mal, como centro de perdición casi ineludible: «En Lima, mi padre había aprendido a bailar salsa, a beber y a fumar, a pelear, putear y robar». Pero, simultáneamente y por contraste, también se puede encontrar en ella una comunidad humanizada, esa solidaridad sencilla y sólida de los que todavía no se han dejado encerrar en la jaula de hierro de la cultura del capitalismo y su análisis de costo / beneficio: «Todos nos habían dado la bienvenida. Nuestra calle estaba superpoblada de niños y en menos de una semana me había olvidado de Pasco y de los amigos que allí había dejado» [...] «Don Segundo el del restaurante, que me había alimentado gratis cientos de veces cuando andábamos cortos» […] «Lo orgullosos que estaban de mí en el vecindario cuando leían mi nombre impreso», inclusive, la fraternidad de las viudas del padre del Chino que después de su muerte empiezan a vivir juntas compartiendo recuerdos y nostalgias.

Esta profunda intuición de la cultura limeña como una del enmascaramiento de sus protagonistas me parece atinada. Ya en otra ocasión he escrito cómo es que, por necesidad, frente a la dominación colonial, los pueblos andinos se enmascararon para defenderse y darse tiempo para procesar los mensajes del extraño y sus intenciones «como tamiz que prueba-aprueba los elementos ajenos que serán asimilados a su propia dinámica para adaptarse a las nuevas exigencias del medio»3. Se podría decir, con Alarcón, que la cultura mestiza urbana actual ha tomado de la andina esa característica, más aún si sus protagonistas provienen de la matriz andina en tránsito cultural, enfrentados a los criollos, a los achorados y a los posmodernos. Si no se enmascaran, los inmigrantes son avasallados de inmediato, ignorados, reducidos a la nada. Experiencia que, por lo demás, se da también en metrópolis de otros continentes.

El cuento es también una indagación de la lucha de clases en pequeña escala, en la escala de un colegio privado con alumnos de barrios elegantes y alguno que otro niño incrustado proveniente de un distrito con «reputación criminal» que los perturba y por lo que lo bautizan con maldad como «Piraña». Pero no es una visión maniquea —como la que se podría atribuir al célebre «Paco Yunque» de César Vallejo— sino una llena de matices y contradicciones como la vida misma. El Chino Óscar de doce años odia a los ricos porque en su colegio los niños-bien lo marginan, pero quince años después, convertido en periodista, recuerda con cariño y profundamente avergonzado a los ricos Azcárate, que habían sido sus benefactores.

Psicología del príncipe desplazado

La visión de su madre, trapeando el piso del hospital por no poder pagar la cuenta para llevarse el cadáver de su padre, conmueve de tal manera al protagonista, que desata una introspección que se prolonga por varios días mientras recorre la ciudad disfrazado de payaso. Pero, más que la muerte del padre que había hecho abandono del hogar muchos años atrás, la visión de la madre humillada, o el desconcierto al enfrentar a sus medio hermanos de sangre negra, lo que le choca es enterarse de que su madre concilia con la que le robó al marido. «Mi madre había capitulado. Me producía vértigo. Era el tipo de humillación al que sólo una vida como la de ella hubiera podido prepararla».

Pero ¿por qué finalmente le duele tanto la actitud de su madre? ¿Acaso esa decisión no pertenece al ámbito de la intimidad de ella? ¿Cómo pretende mandar sobre los sentimientos de otra persona? Porque, seguramente, ve que esa derrota es como una nueva traición que se suma a las varias que perpetró su padre y que ahora lo aleja de su propia madre, la que le dio la vida, la única que no tenía doblez ni hipocresía. Acaso sea una puñalada en la espalda a la visión idílica de la familia que se estaba construyendo y que el padre destruyó. O, tal vez, su enojo proviene de un balance más pragmático, al comprobar que Carmela tiene un negocio que hizo con su dinero, es decir con el que debió haberle pertenecido si su padre no abandonaba el hogar.

Como todo muchacho en la pubertad, Óscar, el Chino, empieza a tomar distancia frente a su padre, quien de héroe invencible pasa a ser un hombre de carne y hueso: «Tenía doce años cuando aprendí que mi viejo poseía otro ángulo»[...] «Mi padre era vivo. Rápido para entender lo que era la esencia de Lima: si no había dinero por hacer entonces había que exprimirlo de esos edificios de piedra y concreto». A esa edad, en una suerte de rito iniciático, su padre lo lleva como asistente en sus trabajos, el legal y el ilegal.La reacción del Chino en el primer robo, es la identificación con su padre, aunque con sus propios motivos: «Quería decirle que todo estaba bien conmigo. Que esos ricos de mierda podían quejarse con Dios si no les gustaba. Que podían irse a Miami y volverse gringos. Que si ellos querían llamarme Piraña, entonces sería mejor que estuvieran listos para cuando llegara y me apropiara de todos sus tesoros».

Ahora bien, ¿qué es lo que tuerce el destino del Chino para no convertirse en un ladrón avezado como su padre? Tal vez el hecho de que un día fuera obligado a robar en la casa de los Azcárate, «el espacio que mi padre y yo habíamos violado, casi sacrificando el sustento de mi madre», la familia burguesa que no sólo le había dado el empleo a su madre, sino que le había conseguido la beca en el colegio para él,  y le había brindado «su casa de los sábados», donde su madre «siempre había estado a salvo» de las maldades de Lima. Precisamente a ellos, quienes «nos prestaron dinero y me ayudaron a pagar los estudios cuando mi viejo abandonó esa responsabilidad». Y hacerlo cómplice y actor de esa traición, encima, no le trajo beneficio alguno, pues, «el botín fue repartido, pero ni mi madre ni yo vimos nada de eso». La disculpa que el protagonista se da es que su padre al tener una amante, tenía otros hijos que alimentar.

La concurrencia de estos hechos —el robo a los Azcárate y el abandono del padre-cambia -para bien— la trayectoria del Chino, pero él no es consciente de ello ni en ese momento ni años después. Los motivos de su apartamiento del camino del padre quedaron enterrados en su inconsciente. Hay como una laguna en su introspección, laguna que le produce desconcierto y angustia, y la impresión de que está perdiendo a su madre: «Ellos tocaban a mi madre de esa forma sencilla y descuidada que hablaba de una cierta intimidad, como si ella fuera una tía querida y no la esposa suplantada. Incluso, ahora ella les pertenecía»[…] «Lo perdonaban y esa era la cosa más asombrosa de todas» […]   «Mi pequeña familia se había disuelto en otra, una de la que no formaba parte». Por eso decide abandonarlo todo y empezar desde cero.»No te voy a dejar más, lloré. Pero enseguida sentí la ráfaga de un profundo estremecimiento. En el fondo del corazón supe que el payaso estaba mintiendo».

Un autor de varios mundos

La relación de los escritores peruanos con el resto del mundo fue limitada por su situación colonial.  Si Huamán Poma expresa el inicio del mestizaje cultural entre los indios del común, es el Inca Garcilaso el primero en conquistar el castellano literario, y con la publicación de sus libros en España a comienzos del siglo XVII, es el que inicia ese contacto del Perú con el mundo. Hubo que esperar dos siglos para encontrar otros contactos: Emilio Gutiérrez y Quintanilla, quien publica Escritos Literarios en 1858, se había educado en Santiago de Chile; el poeta Carlos Augusto Salaverry publicó Albores y destellos en Francia en 1871, pero es Ricardo Palma quien alcanza el reconocimiento de la Real Academia de la Lengua, la que lo invita a Madrid para la celebración del IV Centenario del Descubrimiento de América. Cabalgando entre siglos,  Clorinda Matto de Turner se exilió en Buenos Aires y dirigió allí la revista El Búcaro Americano. Ventura García Calderón publica en París desde 1908 y sus cuentos concitan la atención de la crítica y se habla de su candidatura al Premio Nóbel en 1934. Años antes, Chocano había conquistado lauros por España y Centroamérica.  Alegría ganó un premio en Estados Unidos con El mundo es ancho y ajeno, y aunque Vallejo y César Moro publicaron en España y Francia, respectivamente, antes de la II Guerra Mundial, fueron más bien marginales y desconocidos. Por fin, el boom editorial de la novela latinoamericana  permitió que Vargas Llosa, Scorza y Bryce fueran traducidos a decenas de idiomas.

Daniel Alarcón es otra cosa, es el primer literato peruano globalizado, aunque posea pasaporte estadunidense. Nació en Lima, fue criado en Birmingham, Alabama; hizo estudios universitarios en Nueva York y enseñó en una escuela de Harlem; luego, hizo un taller de escritores en Iowa City. Entretanto, su familia nunca se había desligado de Lima y veraneó en ella en varias oportunidades, regresando a vivir aquí en el 2001, gracias a una beca de la Fundación Fullbright. Además, ha vivido en Accra, Ghana; atraviesa mares y recorre continentes y ha empezado a estudiar el árabe en Oakland, California, donde vive en la actualidad. Y por supuesto, publica periódicamente en las revistas literarias de más prestigio de los Estados Unidos. Como se ve, se nutre de múltiples experiencias, en una nueva era.

Su visión de las cosas y de su quehacer como escritor es abarcadora. Su interés no reside sólo en trabajar el lenguaje, de allí que resulte convincente la construcción de su ficción en la que los actores se mueven libremente pero no en el aire, sino dentro de los límites que marcan las estructuras sociales. Ya no hay, pues, la visión decimonónica del trabajo artístico como producto exclusivo del rapto inspirador: «Mis intereses no eran puramente literarios sino antropológicos, históricos, políticos. Estaba tratando de describir algo que había visto, una realidad que me envolvía» le dijo a un periodista del New York Post hablando de su paso por el prestigioso Taller de Escritores de la Universidad de Iowa en el 2002.4

Más aún, hablando de Fresán y su teorema de que la patria de un escritor es su biblioteca, declara: «mi país natal es Rusia. Me he nutrido de Dostoyevsky, Babel y Chekhov desde que tenía uso de la razón. Ahora vivo —o intento vivir— entre la crueldad de Rulfo, la poesía de Faulkner, la elegancia de Chekhov, la tristeza de Bolaño, la imaginación de Calvino…»5. Allí puede rastrearse su capacidad para crear personajes que tengan tono de voz y sentimientos que pueden adivinarse.

Terminando de trazar el círculo, se puede decir que la alegoría que ha dibujado sobre Lima es aplicable también al quehacer del escritor. El locus perfecto para cumplir su fantasía es el disfraz y la máscara del payaso: para oír las conversaciones ajenas impunemente, para ver sin ser visto, para vivir otras vidas sin el riesgo del compromiso emocional, para que otros —los observados— vivan espontánea y confiadamente sus vidas, sin sospechar del que las registra.

Lima, febrero 2010.

* * *


Notas

1 Este fue el primer cuento publicado de Alarcón y ocurrió en la prestigiosa revista The New Yorker en el 2003. Integró el libro War by Candlelight editado en el 2005 por  la editorial HarperCollins, que también publicó el mismo año la versión en español Guerra en la penumbra. Ese mismo año apareció otra traducción al castellano en la antología Selección peruana 1990-2005 de la editora Estruendomudo de Lima. Una tercera traducción bajo el título Guerra a la luz de las velas apareció con la editorial Alfaguara en el 2006. Aquí uso la traducción de Manuel Morón aparecida en la edición de Estruendomudo.

2 Después de escribir esta frase he leído las reseñas que escribieron críticos estadounidenses y advierto que lo que para los peruanos es frecuente o normal, para ellos es irreal o absolutamente exótico, como eso de que en un hospital no entreguen el cadáver de un familiar si no se ha cancelado la cuenta o el hecho mismo de que alguien tenga que disfrazarse de payaso para lograr que le compren unas mentas en los buses.

3 Ver mi artículo «Los caminos del mestizaje cultural peruano» en la revista electrónica Ciberayllu: http://www.andes.missouri.edu/andes/Especiales/AQ_Mestizaje.html (Consulta: marzo, 2010).

4 Garcia, Elbert: «War of words. Peruvian autor Daniel Alarcón delivers a stunning fiction debut». New York Post, 13 de abril del 2005. (Traducción mía - AQ)

5 Conversación con Alberto Fuguet, en http://albertofuguet.blogspot.com/2006/11/100-latino-americano-daniel-alarcon.html (Consulta: marzo, 2010).

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© 2010, Alfredo Quintanilla
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Quintanilla, Alfredo: «Lima, la “ciudad de payasos” de Daniel Alarcón» , en Ciberayllu [en línea]

818 / Actualizado: 24.03.2010