* La versión inicial de este texto fue leída en la presentación del libro, el 25 de julio del 2007, en el Instituto Raúl Porras Barrenechea de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de Lima.
Bertha Martínez Castilla: El despertar de las sombras, Biblioteca de Narrativa Peruana Contemporánea, Editorial San Marcos, Lima, 2007 (243 pp.)
En el año 2003, Bertha Martínez Castilla sorprendió a más de un distraído lector, al entregarnos un hermoso libro de evocaciones de infancia en Santa Rosa de Ocopa, allá en el valle de Jauja, titulado Más allá de la ventana. No está de más recordar que el libro recibió importantes elogios críticos, incluidos los de Ismael Pinto, Rosella di Paolo y Giovanna Pollarolo, entre otras razones por el fino lirismo de su prosa y por la tierna nostalgia que guardan sus páginas al evocar un especial espacio hogareño de la escritora.
El despertar de las sombras nos permite apreciar, esta vez desde el espacio de la novela, otra muestra del magnífico talento narrativo de Betty Martínez. A mi modo de ver, hay muchas maneras de adentrarse en el rico universo ficcional que la novela nos propone. Para empezar, podríamos decir que El despertar de las sombras es una magnífica novela de costumbres sobre la vida en Santa Rosa de Ocopa y, por extensión, sobre la vida en algunos pueblos del Valle del Mantaro, donde destaca la convivencia natural de capas mestizas de arraigadas costumbres de origen hispánico con campesinos del lugar. Pero, resumir la obra que reseñamos solamente como tal, sería no hacerle justicia plena, pues, no obstante su marcado realismo, el libro también guarda un logrado hálito de misterio, sorpresa y magia.
El despertar de las sombras nos ubica en Ocopa en la década de los 60 del siglo pasado. Allí se desarrolla, al comienzo del relato, una singular historia de amor entre dos personajes: el padre Iluminato, un monje franciscano de origen español, miembro del convento de Ocopa, y una bella muchacha que lleva por nombre el de María de los Ángeles, pero que todo el mundo conoce simplemente como «la Ángel».
Junto a esta historia de amor, se cuenta el inicio del movimiento guerrillero en el Perú de los años 60, el mismo que tuvo entre sus protagonistas al poeta Javier Heraud, cuya supuesta visita a Ocopa se narra en el libro. Pero si la historia de amor entre el padre Iluminato y su ángel caído se narra con un singular lirismo (con ecos de San Juan de la Cruz y alegorías muchas sobre la mandrágora, esa planta llena de poderes mágicos, para unos, y de poderes malignos para otros), a modo de contrapunto también se cuentan los acontecimientos sobre el proselitismo guerrillero en el pueblo; éstos se dan a conocer a partir de las muchas voces de los personajes que transitan a diario por la vida ocopina. Ambos acontecimientos, la sorpresiva desaparición del padre Iluminato del convento y la formación de las primeras células guerrilleras, son explicados a partir de la imaginería popular. Así, muy pronto el padre Iluminato será convertido en santo desde las voces de quienes lo recuerdan en el pueblo; los futuros miembros de la guerrilla, en cambio, serán motivo de intriga, misterio y desconcierto, pues en esta Ocopa de ángeles y demonios, sus lugareños todavía no saben si los «desaparecidos» del pueblo (vale decir, los jóvenes que se unen a la guerrilla) son pishtacos, danzantes endemoniados o sujetos castigados por la ira de Dios y convertidos en ánimas condenadas a vagar por las noches. Al mismo tiempo, en este contrapunto entre el prohibido amor humano y divino, y la escondida promesa de violencia política, radica una de las estrategias narrativas más logradas del libro para potenciar la riqueza de matices del mundo narrado, el mismo que oscila entre el realismo y la leyenda popular, con tintes mágicos. Así, el apacible mundo de Santa Rosa de Ocopa, un «pueblo de gente sencilla y tranquila» (p. 151), se convierte, de pronto, en un lugar lleno de secretos «que quizá sería mejor no tratar de averiguar» (p. 119), a decir de un lugareño.
Por cierto, unos versos de Blanca Varela —«como el mundo / puerta entre la sombra y la luz /entre la vida y la muerte»—, sirven bien para ingresar en la rica ambigüedad de la novela. Envueltos en sus respectivos universos de luces y sombras, de amor y melancolía, nunca sabremos si el padre Iluminato y su amada gozarán de la plenitud del amor humano. La historia peruana, en cambio, aquí apenas esbozada, nos dará con el paso del tiempo su dictamen sobre las rebeliones guerrilleras de los años 60, y nos dirá cómo las convicciones ideológicas del momento intentarán dar respuesta a la urgente realidad social del país.
Es pertinente recordar aquí que la mayor parte de la narrativa de la violencia armada de la segunda mitad del siglo pasado suele ceñirse al punto de vista de los protagonistas activos: militares, políticos, estudiantes, guerrilleros y terroristas.
Se ha escrito muy poco, en cambio, sobre ese conflicto desde el punto de vista de los pobladores, especialmente los campesinos, para quienes las guerras internas y externas en las que se ven atrapados son asuntos extraños: son esas sombras a las que alude el título del libro. Así las cosas, un mérito adicional de esta bella novela es que cubre muy bien ese espacio de la vida colectiva del valle.
Junto a la enorme solvencia técnica de nuestra novelista para contarnos los acontecimientos mencionados en 25 breves capítulos, narrados con gran efectividad, destaquemos la gran destreza estilística de su pluma; esto es, su habilidad para combinar soliloquios de gran factura lírica con la narración omnisciente y un ágil y divertido diálogo. A este virtuosismo narrativo se une su capacidad para incorporar en la novela una amplia gama de personajes que marcan su presencia en el relato y nos dejan un perfil variopinto, y muchas veces divertido, sobre el mundo ocopino. Pienso, por ejemplo, en personajes como doña Candelaria, que destaca por sus dotes de narradora oral y es una suerte de memoria colectiva del pueblo; o en don Serafín Barbieri, un comerciante de antigüedades y curioso vendedor de una crema magistral, con la que espera ganarse el corazón de alguna distraída dama; o en doña Virtudes, la caricaturesca beata del pueblo, preocupada siempre por mantener intactas, eso, sus virtudes; o en el ciego Jeremías, cuyas cualidades como vidente son harto respetadas por todos los parroquianos del lugar. Desde las voces de cada uno de estos personajes, y muchos más, se preservará la memoria colectiva de Santa Rosa de Ocopa a partir de un gran despliegue de habla popular en el relato. Junto, o tal vez frente a ellos, están otros personajes que representan el conocimiento racional y teológico del mundo, como el padre Carlos Gregorio, el Superior de los Franciscanos en el convento de Ocopa; el doctor Domingo, el médico del lugar; o Claudia, la arqueóloga. Sin embargo, la apuesta por la razón de estos personajes será puesta en entredicho cuando ocurran los sorprendentes acontecimientos del día de la Vigilia de los Santos Difuntos, cuando ángeles y demonios guerrilleros compartirán un mismo escenario en la iglesia de Ocopa. De todos estos acontecimientos surgirá una variada interpretación de los hechos a partir de las múltiples voces de los lugareños, quienes darán rienda suelta a sus mejores fabulaciones.
En el logrado balance entre sus elementos realistas y su sabiduría popular, El despertar de las sombras es un libro que nos demuestra que la novela es, por definición, ese género que parte de un referente real en el mundo para luego, a través del acto de la ficción, darnos a conocer un universo de verdades subjetivas, pero acaso tan ciertas como la verdad real desde la que partió la anécdota que se cuenta. Y todo ello gracias a la atenta mirada del escritor y al arte de saber contar bien una historia. Gracias a este magnífico libro, es posible adentrarnos con nuevos ojos en el pueblo de Santa Rosa de Ocopa, así como en la psicología más íntima de quienes lo imaginan y lo cuentan. Por ello, El despertar de las sombras es una novela cuya aparición en nuestro panorama literario debemos celebrar, pues, gracias a nuestra nueva novelista, Santa Rosa de Ocopa es ahora un lugar con un imaginario propio que nos pertenece a todos desde el acto compartido de la lectura. En pocas palabras, es un lugar que desde hoy pertenece al mundo de la literatura.