Crónicas

Ciberayllu
30 noviembre, 2008

¡Oh, amigo estroboscópico!

Carta a Antonio Bou (1944-2008)

Domingo Martínez Castilla

San Juan de Puerto Rico, 20 de noviembre del año 2008

Querido Antonio:

Por fin pude venir a tu querida Isla del Encanto. Me venías invitando desde hace nueve años. «Tienes que venir», decías. Y describías una torrecita en Dorado, muy linda, para pintar y escribir y mirar el mar. Y Santurce, para mostrarme lo que ya no era. Y meterse a un pueblo jíbaro, que aún los hay, decías.

En 1998, decidiste enviar a Ciberayllu —quién sabe cómo te enteraste de que existía— un cuento de protagonista peruano, «Renzo el intérprete». Cuando llegó, la divertida historia —en mi lectura— daba paso a un lenguaje barroco que vi como sumamente caribeño: a mi mente de lector picaflor venían fragmentos de Lezama, de Carpentier, imágenes con mucho verde y palabras como plantas trepadoras y envolventes que luego se mostraron bastante precisas al confrontar tus escritos con tu bellísima pintura.

En esos años, salvo mis visitas a la patria para abrazar a mis parientes y enterrar a mis muertos, yo casi no viajaba, de ahí mi tiempo invertido en Ciberayllu, que me hacía sentir como parte del mundillo intelectual, algo que nunca fue lo mío. Puerto Rico se sentía lejísimos del río Misuri, cerca al cual aún vivo. Mientras intercambiábamos mensajes hablando de este verbo y aquel adjetivo en tus escritos, miraba en el mapa al Viejo San Juan y a Dorado. No tenía idea de tu aspecto, pero te imaginaba primero amplio y de blanco como Lezama, luego magro como Martí, con cabello y sin él. Poco a poco, empezamos a intercambiar cosas más personales: tus hijos, tu familia, tu país querido, tus aventuras académicas. Por supuesto, es mucho más lo que ignoramos uno del otro que las imágenes estroboscópicas que nos dejábamos ver. Era, pues, una amistad epistolar.

En los primeros meses, cuentos de Santurce, de San Juan, de Cádiz y Cartagena de Indias, del Cusco: cada cuento era una fiesta, y lo siguen siendo para tus lectores. Poco a poco, gracias a las explicaciones de tus historias, empecé a conocerte, a tu historia, a tus tragedias y amistades, a tu pasión por la cultura puertorriqueña. Supe así que cada cuento tuyo venía de una experiencia personal: algo que te había hecho feliz sin medida, o te había enfadado mucho, o te había entristecido mortalmente, o te había hecho ver estrellas, como esos tubitos que te pusieron cuando el cáncer del nuevo milenio. No recuerdo si escribiste un cuento acerca de cuando te fuiste solito al hospital, cargando tu miocardio sucedido, para no arruinar la fiesta de la boda filial, apenas un mes después de haberme enviado a Renzo. Y luego el huracán de setiembre del 98, que arrancó los laureles de Dorado.

El año 99 pude verte un poco más de cerca, cuando me hice presente frente a un par de pinturas tuyas, en la galería de Chicago donde aún se anuncian. Mientras tanto, seguías escribiendo y publicando. Hoy me doy cuenta de que probablemente eres la presencia más constante en las páginas de Ciberayllu, un puertorro en una publicación fundamentalmente peruana. Vale.

Ya te escribiré otras cartas luego, de pura costumbre, pero no serán públicas como ésta. Te pido permiso para reproducir, más abajo, tu última nota personal, del 28 de octubre. Tres días después, en la fiesta de Todos los Santos, me enviaste «Ganas de comer», tu último cuento, que publicaré con esta carta.

Sin haberte visto nunca, te voy a extrañar, Antonio Miguel Bou Moreno, hijo de Puerto Rico.

Un abrazo fraterno,

Domingo.

P.S. Gracias a Rafa, amigo tuyo a quien ayer, acá en San Juan, le había comunicado mi preocupación por no haber sabido de ti por dos semanas, me enteré hoy de tu muerte, en Mendoza, al pie de los Andes que me son tan caros. No deja de ser extraño que después de tantos años, pase esto contigo tan lejos, y conmigo por primera vez en tu Puerto Rico del alma.

P. P. S. 23 de noviembre: Ayer sábado fui a Guaynabo, a la misa que hicieron para celebrarte y recordarte. Abracé a tus hijos y vi al lado del altar una urna de madera con tus cenizas.


 

Mensaje reciente de Antonio Bou, desde Mendoza, Argentina.

Fecha: 28 Oct 2008 06:10 PM
De: Antonio Bou
Para: Domingo Martínez
Asunto: Un e-mail con cinco notas

Domingo, hermano:

Argentina (como debe serlo cualquier otro mundanal recinto) es un desconcertante espacio donde ocurren cosas bellísimas. ¿Qué se puede pensar del preclaro  cardiólogo (con todas las de ganar aseguradas) que decide meter a un amigo en la sala de cuidado coronario intensivo saltándose todos los protocolos, es decir, sin pasar por la oficina de admisiones ni por la sala de guarda, y una vez internado el amigo, procede a dar instrucciones médicas con amor y escualor[i], sin encomendarse a ídolos ni consultar deidades, con la mente fija en el hidalgo objetivo de llegar literalmente al fondo del corazón del otro[ii]?

¿Y qué se va a poder pensar del otro, que se deja someter a todo sin chistar? Suerte que el desenlace se acelera e intervienen gentes o agentes a los que de dudoso modo les llegó el Marqués de Sade a través de Foucault o del Evangelio de Cristo (especialmente lo del autojoderse por los demás para salvarlos no sé de qué). El cardiólogo acabará yéndose de la Argentina con no otro fin (las otras razones que lo obligan nos las reservamos[iii]) que adiestrarse en las médicas destrezas que lo capacitarán para él mismo ejecutar la operación que lo obsesiona.

Suerte, dije, porque es por suerte que seguimos vivos… El otro, inmerso (sin contornos que lo contengan) en el asfixiante remanso de la suprema seriedad de no tomarse en serio, acabará del mismo modo yéndose, tanto por sádicas, evangélicas o foucaultianas razones, al nunca sabremos si idéntico pilar donde apareció la zaragozana[iv]. En el viaje, que harán juntos o no (porque quizás no tenga ninguna importancia uno o lo otro), hablarán, solos o entre ellos, en amigable cháchara algo más que científica, o en vehemente monólogo, a veces excitante y otras interminable, de Pasolini, de Gramsci, y de seguir vivos.

Hablando del particular yéndose y, por temar el cambio, ya estarás pronto en Puerto Rico bajo el siempre nítido por la vieja ciudad murada oyendo perdurables musiquitas de los años 40, allá cuando se acabó la guerra y comenzaron las hipotecas, como: Ahora seremos felices, ahora podremos cantar aquella canción que dice así con su ritmo tropical: Yo tengo ya la casita que tanto te prometí[v] Ya te llamarán mis hijos aunque sea para saludarte, y algunos amigos y discípulos, porque no puedo viajar, lo dice el cardiólogo que está por abandonarme. Foucault aparte, quisiera írmele detrás por no morirme solo.

Antonio .

Notas

[i] El 8 de abril de 1950 apareció publicado en The Newyorker, Para Esmé, con amor y escualor, de J.D. Sallinger, uno de los relatos que más me han impresionado. Lo leí por primera vez en el verano de 1958 y aún se me contrae el corazón al recordar aquella primera lectura. No sé qué exactamente hubo sentido al leerlo aquel mi corazón de catorce años. No lo he querido volver a leer, no sea que se me pierda aquella impronta.

[ii] La frase llegar al corazón del otro, a mí me sintetiza a Cristo como a Foucault, como al marqués de Sade y, si me apuras, me llega a Pasolini y hasta a Gramsci, todos zurdos aunque esotéricamente hitlerianos a mucha honra. De algún modo menos o quizás mucho más complicado, el Para Esmé,  de Sallinger, me predispuso a la anterior síntesis.

[iii] O sencillamente las desconocemos.

[iv] En el año 40 de la era cristiana, un dos de enero, el apóstol Santiago el mayor junto a sus discípulos, en la villa de Zaragoza a orillas del Ebro, oyeron voces de ángeles que cantaban Ave María, gratia plena, y vieron aparecer a la Virgen de pie sobre un pilar de mármol, con la particularidad de que aparecía en carne mortal porque aún estaba viva en Palestina.

[v] La casita o Ahora seremos felices, es canción del compositor puertorriqueño Rafael Hernández (1891-1965). La letra trata de las nuevas posibilidades económicas del jíbaro puertorriqueño, tras el triunfo del Partido Popular, que le permitirán tener casa propia. Irónicamente, tras la alegría del tema se oculta la realidad de la avanzada de los bancos y otras organizaciones de la usura hipotecaria que someterán al jíbaro a largos años de endeudamiento. A finales de los años 90, el Banco Popular de Puerto Rico estructuró un sistema promocional de hipotecas utilizando la canción de Rafael Hernández como lema. En varios programas radiales, participé señalando el mal gusto de tal aprovechamiento por la entidad bancaria. Mi protesta parece haber tenido resultado poniéndosele fin a la irrespetuosa campaña.

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© 2008, Domingo Martínez Castilla
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Cita bibliográfica sugerida para este documento:

Martínez Castilla, Domingo: «¡Oh, amigo estroboscópico! Carta a Antonio Bou (1944-2008)» , en Ciberayllu [en línea]

790 / Actualizado: 01.12.2008