Como enemigos del espíritu de pesadez,
Enemigos acérrimos, enemigos originales,
Somos muy serios. Conocemos el abismo.
Por esta razón, nos defendemos de la seriedad.
Friedrich (Nietzsche)
Soy un gran plagiario. Soy un gran imitador. Soy un gran copión. Sin embargo, mi voz, mi dulce voz, mi voz existe. Esto es lo importante. Esa es la voz; lo demás, lector conspicuo, lector leal y también tú, maletero, hipócrita lector, son sombras, sombras nada más, entre tu vida y la mía. No me gusta el adjetivo pero, aquí, debo utilizarlo: un plagiario / imitador / copión «genuino» (suena a genes y vino), como esos esforzados escribas medievales que escriben encima de algo ya escrito, a veces medio borroso («difuminado»), a veces deformado («de oscura semántica»), a veces mocho y misterioso («críptico», aunque no sabemos qué diablos tienen que hacer aquí las pobres criptas), eso que se llama un palimpsesto (suena a palo e incesto). Y, como me gusta el recreo y la joda con los muchachos, soy, como todos los escritores sin excepción, un escritor de segunda, tercera, cuarta o enésima mano, es decir un re-creador. Mario (Wong) tiene toda la maldita razón cuando, ya varias veces, la última en la parrillada bailable que nos reunió en Neully Plaisance aquel domingo, nos pone como ejemplo el cuento del tío Jorge Luis (Borges) sobre el Quijote y Pierre Ménard. Algunos apresurados pueden leer con lupa o microscopio esta «pieza», para solaz personal y también, sobre todo, para penetrar mejor, para entender mejor, para sentir mejor el arte de la creación literaria; para no andar acusando por un quítame estas pajas al Alfredo (Bryce E.), por ejemplo, de serlo.
Hace algunos años, pocos en verdad, parece que fue ayer si pensamos en años-luciérnagas, el poeta Jean (de la Fontaine), también conocido como Juan de la Fuente, que con el tiempo ha ganado fama de fabulista (fama simplista), en la igualmente famosa querella o sacada al fresco de Antiguos y Modernos, obviamente, defendió a los Antiguos. Aquí sí podemos decir «a capa y espada», que eran de uso común en la época. De algo le sirvió ser amigo del tío Bossuet y preceptor de un duque , ya que gracias a estas varas fue aceptado sin chistar por la muy argollera Académie Française (que no aceptó a Baudelaire, elemental mi querido Jackson). En su discurso de recepción... disculpen, se me chispoteó por apurado: no es Jean (de la Fontaine) sino otro Jean (de la Bruyère), eminente copión también, el del cuento. Jean (de la Bruyère), pues, en su discurso de recepción, frente a una mano de viejos con peluca polveada, caballero, sacó la cara por Jean (de la Fontaine), por Racine, por el propio tío Bossuet, por Boileau, los cubrió con elogios como si estos fueran sábanas o frazadas. Al mismo tiempo, utilizando lo mejor de su arte retórico, le dio con soga y con palo, con hacha y machete, a los impetuosos jovenzuelos que se reivindicaban Modernos. Elemental, mi querido Jackson. El arte de la Bruyère es clásico por excelencia. Siguiendo el ejemplo de Michel (de Montaigne), Blaise (Pascal... ¿qué vela tenía en ese entierro?) y su propio tocayo Jean (de la Fontaine), expuso con lujo de detalles la doctrina llamada de «l’imitation créatrice». Según ésta, ya todo está dicho, no hay nada nuevo bajo el sol, todo es repetipuá, llegamos demasiado tarde, muchachos, hace ocho mil, diez o doce mil años existe el hombre — «animal pensante», el hombre-puente, el hombre Nicolás Fuentes, el famoso sapiens sapiens especialista en tijeras y tacles ontológicos, con Rubiños en el arco, naturalmente.
La vieja humanidad, donde felizmente hay también poetas alucinados buscando su guarique, cuida escrupulosamente la sinapsis quemada de su espíritu, alumbra la textura abscóndita de nuestro laberinto, la parte oscura de nuestro cerebro minotáurico. Luces, cámara, acción. Tenemos algunas objeciones respecto a la teoría de los Juanes, pero no las expondremos por respeto. Muy suelto de huesos y en verba, libérrimo y sin bozal, Jean esboza lo esencial de la doctrina clásica. 1) Necesidad vital de trabajo (¿si es un asunto de vida o muerte?). No se habla de cantidades aquí; de modo que nadie lo obliga a uno a convertirse en una fábrica, factoría o usina. 2) Retranscribir las ideas y las palabras con toda la naturalidad y, sobre todo, precisión de que somos capaces. Moraleja: lucirse por las huevas o tratar de impresionar, manan kanchu. 3) Imitación de los Antiguos (que a su vez han imitado a otros más Antiguos, y estos a otros, etc.). Jean (de la Bruyère), es principalmente conocido por su obra Les caractères, cuyos ejes son los vínculos íntimos entre la estética y la moral. Por aquellos tiempos, como se dice, Francia era el helado con chantilly de las artes y las letras europeas. Reinaba Louis XIV (Luis 14), también conocido como le Roi Soleil (una especie de Inti-Inca francés), que organizaba tremendos fiestones en el versallesco palacio de Versalles, adonde eran invitados, precisamente, Jean-Baptiste (Poquelin, alias Molière), Jean (de la Fontaine), Jean (Racine), Pierre (Corneille), tío Bossuet y Jean (de la Bruyère), qué envidia. Y como estamos hoy cerca del castillo del divino Marqués, antiguo señor por acanga, invitamos a esta gentuza de peluca empolvada a la fiesta que se celebra por la piscina, y si no quiere venir, pues coma mierda marica hijoeputa.
Como imitador de los Clásicos, Jean (de la Bruyère), también conocido como Juan de los Placeres, conoce al «dedillo», qué dedillo ni qué niño muerto, grecos y romanos. El interesado, si gusta, puede consultar internet en la rúbrica autores clásicos de la Antigüedad, sin obligación alguna, por supuesto. Nosotros lo sospechamos vagamente de haber metido sus clásicas y sabias narices en los autores neoplatónicos (Plotino, Porfirio, Proclo, Jámblico), pero no podemos probarlo y, creemos, no importa mucho para el cuento. El caso es que para la redacción de Les caractères, Jean elige a uno, más o menos oscuro, pero no tanto como el Oscuro de Éfeso, ese que dijo que el mismo hombre no puede entrar dos veces en la misma mujer, para inspirarse. Uf. Punto. ¿Qué decía? Ah, que Jean elige a un tal Teofrasto (371-288 antes de J. C. Superstar). Teo es alumno y amigo del segundo gran mastodonte del pensamiento analítico que, hasta hoy, sigue funcionando en la tribuna de Occidente —el primer gran paquidermo mamutesco es el viejo Plato. Hablamos, lector conspicuo, lector cisne o sicofante, lector traductor o traidor, del viejo Aristo (teles). Jean sabe que Plato es el alfa y el omega, que el chibolo Aristo el beta y el gamma, que Teo, por qué no, el épsilon. Como no es ningún huevo frito, pues lo elige. Es que debido a sus evidentes dones en el arte de la elocuencia, Aristo le había puesto a Teo un apodo: «el divino hablador», una especie de dios del floro. Jean anota estos detalles. Jean se pule. Anota, por ejemplo, que, como su maestro Aristo, Teo es un autor monstruoso: una factoría, una fábrica, una usina. «Jean es un copión, maestro», pensé. Se le atribuyen por lo menos 200 ¡Doscientas! obras de: lógica, retórica, ética, política, poética, teofanías, hierofanías, es el colmo, incluso física y metafísica, botánica para rematar. «Pas mal, hein?», anota Jean en su libreta Moleskine. Luego, inexplicablemente, piensa en Lucas 21, 15, nada que ver con el gran pato Lucas.
Aunque también podemos ilustrarlo con:
En pintura, obviamente, todo viene de las grutas de los ancestros bailarines sapiens sapiens, los sapiens sapiens fiesteros, y uno de los más grandes copiones es Paulo Picasso: toda «su» tauromaquia viene de Lascaux, de Altamira en el peor de los casos. En pintura, esto de la similitud, coincidencia, copia, camilosesto, mimeógrafo, fotocopia o plagio, es aún más sorprendente. He aquí una lista no exhaustiva. Abróchense los cinturones.
Edvard (Munch) ha copiado a un tal Charles le Brun (Carlos el Morocho), nacido dos siglos antes, hasta en los títulos. Edvard titula su famoso cuadro El grito; Charles, El espanto (pero no tanto).
Vincent (Van Gogh) ha copiado a un tal Guido Mazzoni (1450-1518), nada que ver con el Topo Giggio.
Gustave (Courbet) ha copiado a nuestro queridísimo tocayo de Willie Colón, el viejo William Blake, que mucho tiene de Blakamán e incluso del Tigre de la Malasia, Sandokán.
Francis (Bacon), también conocido como Pancho Jamón, ebrio de los buenos, transformaciones incluidas, borracho no vale, dice Pancho, ha copiado a un ponja famoso: Katsushika Hokusai.
Pierre Auguste (Renoir) ha copiado a un tal Jacobo Pontormo, nacido cuatro siglos antes que Pedro Renegrido, Pedro Pedro, Pablo Pueblo, Pedro Bruto.
Paulo (Picasso), cuyo larguísimo pico le permitía picotear, ha copiado sin la menor vergüenza (Paulo Sigüenza, Pablo Pueblo, Pablo Irmao) al viejo sátiro Auguste (Rodin), así como Eduardo Munk a Carlos el Morocho, hasta en los títulos. El óleo de Paulo se titula: Mujer que llora. La estatua de bronce de Rodín tín tín —casi Rintintín — nada más fácil: La llorona o plañidera, como la de Raúl Vásquez.
Jean-Auguste Dominique (Ingres) ha copiado, en un olio titulado Estudio del rostro de Miguel Angel (Buenoroto) para la apoteosis de Homero, esto sí es impresionante, a un tal Nicolas de Leyde (1463), podemos probarlo.
Leo (da Vinci, Leo de Santiago del Estero, Leonardo Dante, Leo Dan de Santiago querido, Santiago, adorado, che, Leo Leonardo Lión sin Tristón), ha copiado, es increíble, hay que verlo para creerlo, prácticamente le ha sacado una fotocopia, a una estatuilla de marfil perteneciente al arte asirio-babilónico (Siglo Ocho antes de J. C. Superstar) para pintar la famosa Mona Lisa.
En pintura, decíamos, esto de la similitud, copia, fotocopia, modelo, hurto, préstamo, empréstito, inspiración o plagio, es aún más sorprendente. He aquí, con variantes, la lista no exhaustiva de arriba. Esta nos permite dar un vistazo no exento de amor a las increíbles facetas dobles del mismo monstruo.
Edvard (Munch) «coincide» con un tal Charles le Brun (Carlos el Morocho), artista nacido dos siglos antes que él. Eduardo titula su famoso cuadro El grito (¡Ay!); Carlos, El espanto (¡Uy!).
Vincent (Van Gogh) tiene un «facsímil» de un tal Guido Mazzoni (siglo XV o XVI), en un cuadro titulado, creemos, Cara de una vieja; el de Guido es la cara de un viejo esculpida en arcilla o terre cuite, obra sometida a la técnica llamada del bizcochado.
Gustave (Courbet) «copia», bueno, se inspira, en el poeta inglés del tigre resplandeciente: William Blake, Tiger! Tiger! Burning bright / In the forests of the night […] In what distant deeps or skies / Burnt the fire of thine eyes… Se ve la expresión, respectivamente, de una especie de angelito y de un pobre tipo, ambos desesperados.
Francis (Bacon) tiene p or «modelo» al pintor japonés Katsushika (Hokusai) para figurar uno de sus tantos monstruos, inglés tenía que ser Pancho.
Pierre Auguste (Renoir) pinta un cuadro de «gran similitud» con el de un tal Jacopo Pontormo, artista nacido cuatro siglos antes que él.
Paulo (Picasso) ha «fotocopiado» una estatuilla de bronce del Auguste (Rodin), así como Munch al Morocho, casi hasta en el título. El óleo de Picasso se titula: Mujer que llora; el bronce de Rodin, nada más fácil: La Plañidera o llorona.
Jean-Auguste Dominique (Ingres) hace un «préstamo», en un óleo titulado muy pero muy largamente Estudio del rostro de Miguel Angel (Buonarroti) para la apoteosis de Homero, a un tal Nicolas de Leyde (1463).
El propio Leonardo (da Vinci) «plagia», sin la menor vergüenza o reparo, una estatuita de marfil del arte asirio-babilónico (siglo VIII antes de J. C. Superstar) para pintar la celebérrima Mona Lisa. Ésta, según las malas lenguas, sería un autorretrato... lo que deja entrever la hipótesis de que... don Leonardo... bueno... eh... la justificada suspicacia de que al viejo Leo... ¿se le culeteaba el fleje? ¿se le mojaba la canoa? ¿Se le chorreaba el helado? ¿Y qué?
Esto sí podemos probarlo (lo anterior al último párrafo, quiero decir). Vean:
Fotocopias
Ya limpio el terreno de yerbajos, piedras y pedruzcones, podemos proceder al arado antes de colocar en los surcos, como en los campos de la Trévaresse, las minúsculas y tiernas plantitas de romero, de tomillo y demás yerbas aromáticas. Pero vayamos por partes, aplicando la técnica o maña de las alternancias para barajar nuestros disparates. Domingos atrás, me llamaron los muchachos de París. Yo estaba en el simpático pueblo de Pertuis. Ladraban fuerte, como exaltados, ignoro por qué, todos los perros del vecindario en ese preciso instante. Este perruno detalle causó la risa de Rolo (Salvajón): «¡Está con sus hermanos!», gritó con alegría. Efectivamente así es, pero lo explicaré en otra oportunidad, hoy no viene al caso aunque de pronto... Muy contento hablé con cada uno de ellos, muerto de envidia por lo demás, ya que los muchachos estaban en un almuerzo bailable oficiando de terapeutas. Prometí escaparme de la Trévaresse para ir a verlos pronto, muy pronto, el 19 de junio, vayan matando los chanchos. Hablé con Fernando (Torres G.) en quien ayer, no sé por qué, pensé. Habló de sus libros recientemente publicados en la patria, cosa que aumentó mi alegría, por fin se atrevió, ya era tiempo, felicitaciones y un abrazote, maestro, pensé... para no darles envidia, muchachos queridos, no les contaré detalles del trayecto que hice tripulando mi Ferrari por los claros, coloridos, luminosos caminos del Luberon, hasta que llegué deshidratado al Estanque de la Bonde. Algunos letreros provenzales: Ansouis y su castillo, 4 kilómetros. Pertuis y sus heraldos claros, 6 kilómetros. Sannes de cuatro gatos, 1 kilómetro. Cucuron, Parque Nacional del Luberon, 6 kilómetros. Opté por Cucuron. Me detuve a tomar una chela en el Bar del Estanque. Luego, Vaugines, Lourmarin, Cadenet —mi caballito Ferrari relinchando— hasta el puente sobre el río La Durance donde ¡Plaf! se me reventó la llanta trasera, pedimos disculpas por la utilización pronominal. Esto es para que no vuelvan a darme envidia, sobre todo cuando estoy así, solo, triste, sin amor, solo como un boxer macho mirando la luna llena del verano, y buscando amigos para chupar... mentira, mentira, pero casi casi. Aquí estoy. Ya llegué a París hoy 19 de junio, con buen tiempo. Miro pensativo el letrero del Bar-restaurant Louis-Philippe, ya cerca del Hôtel de Ville. Aquí se me prendió el foquito («tuve una iluminación» ¡Oh!) («Fue como una deflagración mental» ¡Oh! ¡Oh!). Me convertí en el pensador de Rodin, calato y todo: «Es muy probable que, en la fauna de poetas haya, en cantidad y variedad, la misma cantidad y variedad que hay de pelajes de caballos en las pampas argentinas», pensé. Ya respirando mejor, me di cuenta que la frase es muy larga, que parece cortada con guillotina, algo pesadita también. Pero me gusta la palabra «pelaje», no me canso de utilizarla cuando puedo si viene al caso, como hoy. Pelo, pelaje, pelambre. Trinche, choza, cerdas. Porque hasta convertirnos en caballos bayos, caballos moros, caballitos pintos, caballos alazanes etc. y, con algo de suerte y mucho trabajo, en caballos pura sangre, uno cambia constantemente de pelaje, de pelusas, hasta de crines.
Si no todo, al menos un noventa por ciento de lo que diremos en la extensión de este antepenúltimo trabajazo, uf, viene de una brevísima conversación con Fernando (Torres G.) sobre nuestro arte: se lo agradecemos; posteriormente, de la lectura de sus libros Viaje de olvidos, seguida de Mitos y presagios, obras ilustradas con sus cuadros; también de un poema de Jorge (Torres M., alias Papá, el único poeta veterinario colombiano de la historia universal) titulado La Sastrería; por último, de una muy animada «querella» en casa de Jorge (Tafur), allá en Clignancourt, sobre esto de la dulce voz y sobre «tener razón». Estuvo presente otro muchacho, Jorge (Zúñiga), made in Chile, que llegó de Praga con varios bidones de chela checa marca Gambrinus. En el transcurso de la parrillada bailable de Neuilly Plaisance, uno de los muchachos, con el aliciente de la diosa, hablaría después... en inglés.
—To beer or not to beer —dijo.
—That is the question! ¡Totalmente de acuerdo! —respondimos riéndonos.
Entonces me di cuenta que, aparte de los variados pelajes de caballos argentinos, pero evitando el dualismo reductor, entre poetas y locos habemos dos marcas más o menos definidas: los apolíneos y los dionisíacos. So, to beer or not to beer, por qué no; más profundamente, por supuesto, en serio esta vez, aunque «el arte es lo más serio del mundo pero el artista es el tipo menos serio del mundo», como dice con profunda seriedad, precisamente, el irlandés cabrera infante Oscar (Wilde). Para no dispersarnos, podemos aventurar «definiciones»:
1) El individuo que, por intermedio de su expresión artística y por su vida misma, utiliza más su inteligencia analítica, donde predomina cierto tipo de razón inteligible, puede ser considerado poeta apolíneo.
2) El individuo que, por intermedio de su expresión artística y por su vida misma, utiliza más su inteligencia simbólica, donde predomina cierto tipo de razón ininteligible, puede ser considerado poeta dionisíaco.
De modo que nuestras «razones», aproximaciones y ópticas de los libros de Fernando, así como los delirios originados por éstos, serán expuestas con el debido desparpajo; y, si es posible, con esa bestia que algunos llaman «honestidad», como la de Christopher Cross. Necesitaríamos, pues, correa ancha, botas, sombrero de corcho y machete para penetrar impávidos, protegidos por un potentísimo repelente contra los posibles mosquitos, en el trópico poético, sensual y tierno, que nos entrega Fernando (Torres G.) y él también, por supuesto. Globalmente, este trópico es parsimonioso, reflexivo, sobrio y, en términos éticos, su principal atributo nos parece ser el animal ese, la honestidad. Es una cualidad auténtica esto de escribir con honesty, sin echarse cuentos a uno mismo, no todos nos atrevemos, siempre tendemos o tratamos de idealizar y la cagamos. La ternura, la difícil ternura, también surge como atributo; y el amor, por qué no, el amor y punto, como en todo trabajo que aspire seriamente al arte. Otro botón:
Conozco
Del cielo
Y de un sucio corduroy
Tus largas piernas tersura de fiera
Reconozco la extraña música
De ti en mí por ti
Viviendo tu filosofía de la sensación (...)
O de su producción ulterior, ya con otro pelaje:
Inventa el color
Que arrase esta blasfema
Gris sin sabor
Corruptor
De pintados
Pliegues estéticos
De tu devoto
Vestido de madona
Perfumado a pasión
A perder respiración
Y el vaporetto distrital
Notamos una utilización parsimoniosa y económica del espacio gráfico, de la página blanca tan insultada («vilipendiada»), lo que nos induce a pensar que Fernando escribe con cierta rapidez, con cierta fulguración nerviosa que disloca su aparente sosiego, oh. No sabemos por qué, este detalle nos interesa —aunque no somos interesados— , nos impacta, por eso lo mencionamos con una pertinencia algo horriblita. Debemos aquí evocar un trabajo anterior. Hablan Papá Torres y el suscrito:
(Papá, refiriéndose a mí)
«—¡Y tan vanidoso además el hijo de puta!»
( Suscrito, refiriéndose a Fernando)
«—Nuestro primo Fernando Torres, por ejemplo, acaba de mandarme su primer poemario, que no está nada mal; aunque me parece mejor pintor (...)»
Respondo, dándomelas de bacán. Ahora, con ópticas nuevas, con enfoques recientes, ya no tan «bacán» y, sobre todo, sin «autoridad», me corrijo sin flagelarme. Me auto des-autorizo a desautorizarme, pues. Siento que tal declaración es un disparate por tres motivos: 1) Por lo de «bacán»; 2) porque suena como algo «autorizado»; 3) y sobre todo porque «incurre» en una dramática confusión de registros: mezcla la percepción del lenguaje de la pintura (qué bonito que escribo) y la percepción del lenguaje de la escritura. Recuerdo, por ejemplo, la sartreana idiotez del eminente Jean Paul. Que su libro, La náusea (¡Aj!), no valía nada frentea un niño muerto. Huevonazo. ¿Quién lo manda a ponerla frente a?, en fin, algo así. Una cosa es la ética, otra la ética y otra la sintética, che, supongo que estamos de acuerdo. En cuanto a dárselas de bacán, desarrollaremos como desenrollar un rollo, en otra ocasión, este horrible vicio que todavía nos aflige por momentos, así como ciertas ideas o disparates en torno de algo que desde ya podemos llamar Historia del Cerdo. El Cerdo es el ego. Por eso dijimos: «Correa ancha, maestro» y Fernando la paró de pechito, con gran humor, mientras nos invadía el invasor aroma de la parrillada, entre humaredas, poco antes del bailoteo, allá en Neully Plaisance, aquel domingo. Por eso escribimos con gusto al respecto. Ahora, mutatis mutandis, pedimos humildemente disculpas al chancho platónico, ese que está en los cielos mentales con los otros putos arquetipos, por utilizar su nombre con carga «peyorativa», ya que consideramos divino al animal. La mala reputación que le atribuyen a Porky, con toda certeza, viene del desbarrancamiento de una piara «poseída», anécdota que se cuenta en Lucas 8, 30-33, ya que los pobres porcinos eran el famoso Legión. Entre los que nos ocupamos de arte existe precisamente una legión de cerdos provistos de egos paquidérmicos, elefantiásicos, dinosáuricos, peor que la otra gente, omnívoros además, se comen todo, hasta las flores y las perlas, no dejan ni los huesitos. El pobre escriba, muy seguido, tiene que sacarlo a patadas de su casa (es un decir), pero vuelve siempre el maldito, ávido, insaciable, gruñendo. Por eso quise dármelas de bacán ese domingo. Por otro lado, el flagelado cronista confiesa hacer grandes esfuerzos para no sucumbir a la exaltación, qué bonito que escribo, que suele dominarlo, y comentar así, con una camisa de fuerza hecha a medida, al menos unos aspectos de los tiernos y pulidos versos de Fernando. Nos encontramos en la mayoría de estos con una, oh cuán envidiable, cualidad de inocencia y frescura propia de los niños no-diabolizados, nada que ver con La profecía. Una mirada como edénica que sólo se sorprende, que se maravilla, que no juzga ni condena, aunque por momentos puede confundir al lector que no esté en la debida sintonía. A veces, también, utiliza palabras muy difíciles. Este recurso, para nuestro gusto, podría ser prescindible, aunque no tiene por qué serlo, bien entendu. Botón:
Al que menos habla
Entre tú y yo
Es al que más besan
Estas palabras
Suscitadas de afán
Mientras la variedad
De tus relieves seducen
Mientras la tarde se detiene
Para pensar solamente
Santuario de tus delicadezas
Hasta suscitadas de afán lo sentimos melodioso; sin embargo, los versos siguientes (Mientras la variedad / de tus relieves seducen) (La mujer está buena por dónde se la mire), corta el embale por su «oscura semántica». Igual maletín, afectuoso maletín de pata, para:
La oscura parte
De tu cerebro
Ilumina la escondida
Textura de tu laberinto
Minotáurico
Mental ceguera
Sin límites
En el limbo
De lo absurdo
Cuida la sinapsis quemada
De tu espíritu
Y no preguntes
Por la desbaratada ley
Es como la de cualquier otro
Otro que soy yo
Podemos seguir lo reflexivo de los versos sin dificultad hasta en el limbo / de lo absurdo, cuando ¡Zas! ¡Sinapsis!... ¿Sinapsis? ¿Qué mierda quiere decir? Caballeros, tuvimos que consultar como al médico el diccionario; y casi se nos paran los pelos al enterarnos que «sinapsis» (nada qué ver con sinopsis, por siaca) tiene dos entradas lexicales en las jergas médica y biológica respectivamente. La palabra greca es sunapsis: lazo, punto de unión. Luego 1) Jerigonza médico-anatómica: región de contacto de dos neuronas; o también: sinapsis neuro-miónica, o sea entre una neurona y el músculo que la enerva. 2) Argot de biólogos: estado de maduración de gametos durante el cual los cromosomas se reúnen en el mismo punto del núcleo, uf. Pese a esto, el recurso es válido retóricamente hablando, ya que alterna o yuxtapone registros de campos léxicos sin analogía de fondo, que parecen superfetatorios, en el marco de una obra pictórica que podemos calificar de abstracción lírica. ¿Ya ves? ¿Te gustaría que hable así de tus libros? ¿Y tu voz? ¿Tu dulce voz? Tu voz existe, porque te das cuenta en:
Cuando mis hormonas
Me hacen cosquillas
En circuito cerrado
Lo cual es eso: una sinapsis quemada... no, no, es por joder. Te das cuenta en:
Razones hay
Para perderse
En enmarañado cuento
Ser tantas veces otro
Para ser en el fondo
El mismo
Metamorfoseando
Astucias y celadas
Nunca perdiste el navío
Y en luminosa filiación llegaste
Por la noche que esperaba
Su propia sombra
Donde te refieres astutamente al astuto Ulises, nuestro héroe dilecto. Antes de que se nos olvide: a propósito de niño, dice un poeta de antes: «El hombre es hijo del niño». Recordamos también, de refilón, la leyenda cocasse del viejo Cronos devorador de sus infantes. Elemental, mi querido Jackson. Habiendo él mismo escapado a una matanza de monstruos, Cronos le corta las huevas a su padre con una serpiente dentada: debe ser uno de los primeros parricidios oficiales. Urano es el cielo-padre; Gaya, la tierra-madre; Cronos, el hijoeputa… aunque nos parece que no lo mata al viejo, que solamente lo mutila, habría que verificarlo pero no tenemos tiempo. Mitos y presagios nos agrada, pues, por mitológicas razones, me disculpo por hablar así, che. Vemos aparecer la gran galería de cretinos: Apolo (bacán entre bacanes, Apolo a quien llamaremos el Musical Matemático no Hermético), Afrodita (de adorables encajes, mamita), Ares (redentor de augurios), Zeus (y este tango tántrico que detiene la noche, provecho, maestro), Hades (lo mencionas como padre del Diablo, señor que nada tiene qué hacer aquí, todavía no existe en estas épocas gloriosas, lo siento), Hermes (condensador de ilusiones)… ¿Y Dionisos? ¿Y el Dionisos Zagreus, ah? También desfilan en lindo desfile de modas, allá en Miramar Bajo del rico Chimbote, allá en el forestal restaurante Los Pinos, Ulises, Helena, Patroclo, Menelao el Venao, Casandra, Circe de los encantos, Agamenón, Penélope y Telémaco. Los dioses han muerto, concluyes. No estamos de acuerdo. Pero vayamos a la viña primero. Dionisos es súper importante, maestro. Dionisos, a quien podemos llamar el Loco de Baco medio Místico, medio Hermético, es como el número diez, Diego Armando Maradona, en la selección argentina del 86, cuando ganamos la Copa del Mundo, hablo en serio y no volveremos a repetirlo. Dionisos es el flujo nocturno, qué bonito que escribo. Dionisos tiene una correa anchísima, galáctica y cósmica. Dionisos y sus amigos (nosotros, los muchachos) nos recuerda que el enemigo Number One es la propia literatura, es decir la fea solemnidad y sus corsés sin ligueros, la fea solemnidad y sus estuches, sus quecos. La solemnidad «mala»; porque uno puede ser solemne y muy bueno, como Jorge (Nájar). La literatura y la poesía no son diosas ni vírgenes. Son putas en el mejor sentido de la palabra y del acto. Así debemos amarlas, para ser amados por ellas. Las puyas no las recibe nuestro ser integral de poeta, de escritor, de artista; las banderillas, tampoco; el hacha y machete, menos. Las recibe el pobre Cerdo. O, como diría el chino Tchuang (Tseu), si hablara en sudaca:
Cada cosa tiene su verdad
Cada cosa su posibilidad [che]
O también:
En el vacío del espíritu penetra la luz
Como el paisaje por la ventana del cuarto vacío
De paso, un coscorrón al puerco, a propósito de la pesada humilitas, qué bonito que escribo, merezco el Nobel de las chelas, mínimo:
Humilde en el cielo, superior en la tierra
Humilde en la tierra, superior en el cielo
O también, ya un poco quáker:
Lo posible puede volverse imposible
Lo imposible puede volverse posible
En línea que sube:
Lo objetivo emana de lo subjetivo
Y lo subjetivo de lo objetivo
Más metafísico el muy poeta:
Si la existencia existe
También existe la no-existencia
O misterioso:
Nada más viejo que un niño muerto
Y la estocada o machetazo:
En la vida vive la muerte
En la muerte vive la vida
Por fin poético:
¿Es el chino que sueña ser una mariposa
O la mariposa que sueña ser el chino?
El cuento completo de este chino pendejo dice:
Una vez yo, el chino, soñé ser
Una mariposa
Volando por aquí, volando por allá
Satisfecha de su suerte
E ignorando mi humanidad
De pronto me desperté y me hallé
Muy sorprendido de ser yo mismo…
Ahora no sé si fui un chino
Que soñaba ser una mariposa
O si soy una mariposa soñando ser un chino…
Entre la mariposa y yo (concluye) existe una diferencia:
Es lo que se llama la mutación constante.
O sea, eso que nosotros llamamos pelaje.
A modo de conclusión, uf
Ahora sí, para dar jaque mate a estas sábanas —como suele ocurrir, se me pasó la mano— evocaremos con mucho gusto, casi con deleite, como chupando un helado D'Onofrio de la chiquititud, de la infantería, apartándonos en apariencia para despistar al enemigo, de lo que nos ocupa... ¿qué decía? Ah, sí, que evocaremos dos puntos cruciales sin cruz, con círculos más bien, dos puntos de animada disensión (dos puntos):
1) La Querella de Clignancourt, subdividida a su vez en dos 1) La dulce voz y 2) ¿Para qué tener razón? Y
2) La Sastrería, punto aparte.
La Querella de Clignancourt
1) Al final, oh decepción, no eran bidones de chela checa, eran magníficas botellas con etiquetas doradas-verdes de la magnífica Gambrinus, ay, las diez últimas. Para ponernos en órbita, gracias a la generosa solicitud de Jorge (Tafur), degustamos un vinillo gualdo muy parecido al famoso Sauternes: vino dorado, fresco, acompañado perfectamente con su respectivo foie gras, disculparán la pequeñez. Hay buen sol hoy en París. Ancas de rana para los poetas beatos (etimológicamente hablando, porsiaca, o sea felices). Incongruente para variar, el escriba piensa en la Beatita de Humay, también en el norte de la patria; imagina casas de adobe, también de esteras, piso de tierra, latas de chicha y petates, allá por Chulucanas ¿Dónde queda Chulucanas? ¿Por qué Chulucanas? Vaya uno a saber... cuando de pronto, Juan (Zúñiga) detecta en un párrafo de Mario (Wong) algo que, gramatical y sintácticamente hablando, estima incorrecto. Se hace una encuesta para ver la opinión de los muchachos. Se escriben ambas frases, la correcta y la incorrecta. El fallo es unánime, como se dice. En verdad es incorrecto, pero eso no tiene la menor importancia, ya se ocuparán nuestros biógrafos, carajo. Mario se defiende como gato patas arriba, con argumentos de peso pero no pesados; Juan, que viene de Praga con su último libro, también expone muy bien lo que quiere decir. En eso, el escriba mete su cuchara y medio la caga, no es imparcial —de árbitro no tiene nada, por lo demás—, parece darle la maldita razón a Mario: «Allí donde se acaban la sintaxis y la gramática, nace el arte» dice, como siempre, copiando a alguien. Leyendo de nuevo la frase al revés y al derecho, uno se da cuenta, bueno, yo me di cuenta, de que en ese dislate, en esa cagada, en esa incorrección estaba la dulce voz del Chino (Mario). Sin esa perversión de la frase, sin esa ebriedad de la frase, sin esa especie de anacoluto, zeugma, vaina o como se llame la mierda esa, no sería Mario.
2) «Creo que Mario (Wong) tiene de nuevo la maldita razón, lo ha hecho a propósito», pensé. Pero Juan (Zúñiga) también. Anotando estos disparates, el escriba estaba simplemente pasado de copetines y cagado de la risa, discreto como Fantomas, con cara del Fantasma y su sortijita con la calavera, mientras que por la lejana montaña va cabalgando un jinete, Cantinflas y el divino Chavo detrás, en burro, alma para conquistarte, lector huevo frito, suban, suban, al fondo hay sitio, en la esquina bajan. Y no se las den de bacanes, eh, sino hacha y machete humorístico, la tuya porsiaca. Mario era Li, yo Tu, los dos con un turrón de Doña Pepa que no se banca, che, casi pedimos anticuchos. De verdad nos transformamos en chinos, lo juro. Eramos Li (Po) y Tu (Fu) o Tu (Fo). Ahora sí me pongo serio. Otra vez, éramos un pedazo de la fermosa Rahyhuela, Rayhuela, Rachuela para cholos, otra vez en París, y vida para vivirla junto a ti. El sol entró dando manazos y me di cuenta que éramos un libro, un libro de verdad, no cojudeces de borracho. Vino el viejo Julio directo desde nuestras tierras de oro, desde nuestras tierras de plata, desde nuestras tierras de cobre, tripulando un caballo bayo. Mario (Vargas Ll.) parecía un joven, un chibolo, tenía cara de Jaimito, de Varguitas.
—Quítate la corbata —le dijimos, pero el muy estirado no se la quitó, se la ajustó incluso, casi se ahorca, un poco más y toca pito. Desapareció por la magia de birlibirloque.
Apurado, qué «apresurado» ni qué hijoeputa, el Cerdo del escriba se transformó en Santorín, ya se veía en Palermo, cuando me di cuenta que toda manera de comparación es ignorancia, una de las múltiples vertientes de la gran ignorancia. Don Julio estaba con nos, cholito lindo, esta vez sí lo juro de verdad. Clignancourt se transformó en la China de la Antigüedad. He aquí nuestro diálogo de caballos, sólo don Julio se quedó, don Mario tenía rendez-vous. Entonces volvió a prenderse, ahora rojimio por la risa, el foquito. Me di cuenta de que la lucha con el Cerdo es, como en las épocas de Jean (de la Bruyère), algo agotador pero justo y necesario, a capa y espada. «Todo escritor que se las dé de bacán es una mierda, al menos como ser humano», pensamos.
—Uno está muy bien en esta terraza, che. Lindo sol.
El Cerdo del escriba fue corriendo a buscarle una chela Gambrinus bien helena, vino moviendo la colita, pero don Julio no chupaba.
—Hablábamos de la dulce voz, Julio —le dijo Mario, confianzudo, apretando la verde cintura dorácea de su Gambrinus.
—Chino, ergo chum —dije.
—Muy lindo, che, de verdad. ¿Qué decían, chicos?
—Estamos hablando de la dulce voz, maestro —dijo Jorge (Tafur). Sírvase.
(«Chato, ergo chitón», pensé pensando en el chino de Londres, apolíneo entre líneas, en la esquina bajan).
—¿Y quién tiene la razón, che?
—Yo de los pelos —dijo Jorge
—Yo de la pierna —dijo Mario.
—Yo del pescuecito —dijo el Cerdo.
—Yo de la colita —dijo el Salvajón.
—Yo del brazo —dijo Jorge (Zúñiga).
—Nadie puede tener a esa vieja, che, están hablando boludeces. Además, tan vieja está que ya da asco. El mundo está lleno de pelotudos que tienen razón, por eso da asco. Pasame un pucho, che.
El Cerdo-Santorín fue corriendo a la cocina, trajo un paquete de fayos, un poco más y se convierte en felpudini de don Julio Fumanchú.... Mierda... don Julio se había transfigurado sin chelas checas en Wang (Wei), lo juro. Al frente, en esa terraza del sol, el viejo Lao (Tse) se ganaba con el pase. Li (Po) parecía sereno, seguía con el cuento de la luna y los borrachos.
—La razón es como la literatura, che, es una vieja de mierda —dijo don Julio sereno.
Mentó a la concha su madre en cinco idiomas, finiquitando en latín, entre latinos por supuesto: merdae, che, merdo, ergo sum. Chino, por favor, pásame una chela. Y allí estaba Li en su borrico, huasca.
—Qué tranquilidad, dijo Wang (Wei).
—De la reputamadre, dijo Li (Po).
—Che chino, ahora chí, páchame una chela Gambrinus —dijo don Julio jodiendo.
«To beer or not to beer», pensé, mejor dicho recordé. Y también la divina frase dicha anoche por una hembrichi colocha: «Vaya y coma mierda, papito», allá en Chatêlet, solo y frente al mar.
—Nadie se baña dos veces en la misma mina, che, ni una mina aunque sea china, en el mismo che, che —y filosofó don Julio —y ¿Les decimos que somos argentos?
— Que se jodan — dijo el Salvajón y se puso a gritar de contento porque acabamos de ganar la Libertadores.
La Sastrería
Ahora, para bajar telón, es justo y necesario copiar, parafraseándolo y comentándolo, el poema de Papá Torres que ya mencionamos: La sastrería. Y dice:
En enormes talleres de corte y confección, de trajes a medida, ternos con chaleco, ternos sin chaleco, camisas de fuerza a medida, camisas de manga larga, camisas de manga corta, camisas con bobos (sólo nos faltan trajes de luces de torero, parece decir), hay un variopinto ejército de sastres-poetas. Luego, Papá procede a una explícita enumeración: hay sastres borrachos, sastres autodidactos, sastres vegetarianos, sastres hemofílicos, sastres... (tremenda maleta)... artrósicos del verbo. Menciona también a los sastres suicidas ocasionales, a los ingenuos sastres de burdel, a los sastres comandantes (¡Coma pues, Caballero Andante!), a los sastres viajeros, a los sastres inconclusos (¿esos que entregan el terno sin chaleco?), a los empedernidos sastres delirantes.
Todos en la poetrastería
Morada de errantes palabras
En el barco del ocio
Hacia el insomnio
No se olvida de los sastres utópicos, de los sastres crónicos, de los sastres pendejos en el sentido colombiano del vocablo, de los pesados sastres existenciales, de los sastres quejumbrosos, de los sastres bulímicos, de los sastres rogadores, de los sastres necrófagos de libros (¡Ejem!), de los sastres paranoicos y cazadores, de los sastres choros, de los cadavéricos sastres necrófilos, de los fugitivos sastres del silencio, etc.
Todos en la poetrastería
Morada de errantes palabras
En un insomnio
Antes de ser huesos
Ceniza humo
Ausencia y olvido
Concluye al estilo del otro Jorge (Manrique). Pero esto no puede quedarse así, por favor. Recordemos lo que dice el chino Lie (Tseu) citando el famoso libro del famoso Emperador Amarillo: «El espíritu del valle es inmortal, se llama hembra oscura, su puerta se llama raíz del universo. Es muy sutil y parece durar, pero funciona sin activarse», frase sinvergüenzamente copiada de otro chino, el famoso Lao (Tse):
Sin pasar la puerta
Conocemos el universo
Sin mirar por la ventana
Vemos las vías del cielo
Más lejos uno va
Menos conoce
El santo conoce sin viajar
Comprende sin mirar
Cumple cosas sin actuar
El espíritu del valle es inmortal
Se llama mujer obscura
Su puerta es la raíz del universo
Sutilmente parece durar
Pero actúa sin actuar.
Pero esto no puede quedarse así. De manera general, opinamos que no se debe admirar al escritor, al poeta, al artista. Lo más justo podría ser, sin alharacas ni jodiendas, cierta manera de respeto y reconocimiento, de amistad. En cuanto a sus obras, leerlos bien, analizarlos, degustarlos, criticarlos con inteligencia, digerirlos y ya; luego escupirlos como huesos de pollo a la brasa bien chupados. También podemos imitarlos, copiarlos o robarlos. El robo, a nuestro entender, queda totalmente autorizado por los cielos, incluso es una operación moral que nuestra fauna puede reivindicar... pero sólo para buscar y encontrar nuestra dulce voz. Porque tu voz existe. Porque la voz existe. No está demás recordar la etimología del sustantivo greco «aeda»: quiere decir cantante. Somos o aspiramos a ser cantantes; por eso titulamos un trabajo anterior, copiando descarados un título del sublime Severo (Sarduy), que a su vez se lo copió del Trío Matamoros, cuyo compositor era Miguel (Matamoros), ¿De dónde son los cantantes? El terco, el irreductible, el tenaz trabajador encontrará, tarde o temprano, su dulce voz; ya por entonces podrá ser digno de comparación con cantantes de la talla de un Celio González, de un Benny Moré, de un Bobby Capó, de un Leo Marini, de un Nelson Pinedo, de un Javier Solís, de un Orlando Contreras, de un Vicentico Valdez —por citar sólo algunos cantantes famosos—. Después, queda por trabajar el timbre, el tono, el silabeo, la prosodia e incluso la potencia de la dulce voz. Cuidadito aquí: si uno tiene voz aguda, que no se crea un Pavarotti, se le puede romper la voz, corre el riesgo de quedarse mudo, sé de lo que hablo, créanme.
Pero esto no puede quedarse así, por favor, querido Fernando. En cuanto a los dioses, hablando en serio, creemos que sólo morirán cuando muramos nosotros. Mientras uno crea en ellos, existirán; pero si la humanidad desaparece, los pobres dioses morirán con nosotros. Podríamos por el momento, aquí en el circo, ocuparnos de humanidad y punto. Pero un hurra por los dioses, de todas maneras. Los dioses africanos, por ejemplo, no han muerto; los dioses amerindios, tampoco, los dioses hindúes, menos. Por eso, excelente, como Shiva y Parvati bailando y amándose para crear mundos diversos, eso de:
Los dioses han muerto
escucho
hago un alto
en mi ruta
Justamente
imperfecta por onerosa
De donde vengo
no hay beneficio
A sensual
profundidad de quien soy
¿Qué hacer cuando
el camino esta hecho?
¿Qué hacer cuando
no hay seres supremos?
Volver a ser materia
para hacerme pensado
Volver a ser espíritu
para librarme al puro placer
Y bravo por el poema XXXIX de Mitos y presagios:
Circe
es el nombre de una mujer
panzona
que amé de lejos
Cuando la insolente baratura
de promesas políticas
me rindió ciego y desgraciado
en comicios locales
Amén por el poema anterior, que concierne a la bendita carne. Creemos que la bendita carne, liberada por fin de la horripilante culpabilidad, liberada del horripilante auto-desprecio, vacía por fin, volverá a ser materia-espíritu como digno receptáculo del amor y del placer. Es más: creemos que el amor erótico es un sitio privilegiado, sino el único, donde se realiza la experiencia de lo «sacro», pero no hablaremos de esto hoy, nos pueden acusar de «místicos» en el sentido devaluado del morfema. «Místicos», no; libres, sí. Porque somos libres, ¿sí o no? Entonces, seámoslo siempre. Se baja el telón, amén, amén.
Aix-en-Provence, 21 de julio del año 322 después de Domenico Scarlatti.