* De Libro de las transformaciones, Prólogos de Eduardo Espina y Róger Santiváñez. Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 2007 (99 páginas).
Más información en: http://biblioteca.unmsm.edu.pe/fondoeditorial/
En la luz indecisa del alba o del atardecer,
tus ojos me miran atravesando
las paredes de plástico de tu sarcófago.
«SIPÁN – PERÚ», reza sobre tu tumba a manera de epitafio.
Tu máscara parece reírse de mí.
¿O me estará diciendo algo?
Escucho.
Tú eres mi intermediario, el nudo entre el cielo y la tierra.
Me miras y tu mirada nos transporta al desierto.
Estamos en el reino de la abstracción.
En el dominio del Sol.
Un Sol que se parece a tu máscara.
Del reino de mi niñez surge una presencia:
mi abuelo. Mi abuelo el huaquero viejo que viene
de sacar huacos del mundo de abajo, del mundo de arriba.
Escucha, me está llamando.
Me acerco a él pisando descalzo pedazos de wakos.
«Chepén», dice él, «madre de arena, Che-pén».
El espacio se expande.
Doy vueltas y vueltas en el vientre materno.
«Che-pén», «Che-pén», susurra el desierto.
El desierto es mi exilio y mi casa.
Una madre que es tiempo, fragmentos de hilos y huesos.
Encuentro, identidad, ritmo.
Por ahí andamos todavía los dos entre las altas dunas.
El viento pasa uniendo pasado y presente.
Mire todo lo que fue suyo, noble Señor:
cementerios, templos, fortificaciones, palacios.
¿En cuál habitó usted?
«Vengo de antes y nunca, vengo de siempre y ahora»,
pareces decirme tú.
Te ríes de mí, lo sé.
Está escrito que el desierto es texto, tejido de arena.
Tejido de voces, tejido de cuerpos, tejido de lenguas.
El desierto es texto y paisaje.
Arrastra sabiduría, cuenta historias.
Es laberinto y lugar de purificación: la escritura.
Ahora el crepúsculo baña tu máscara
y las arenas de la escritura comienzan de nuevo a animarse.
El espacio se expande, el tiempo salta de una cosa a otra,
del desierto de Chepén al desierto de la Judea bíblica.
¿De cuál de las doce tribus desciendes tú?
Observo tu máscara y soy la metamorfosis de mí mismo.
El brillo de tus ojos estalla en imágenes
que había creído perdidas para siempre.
En el espacio del desierto veo otro espacio.
En el tiempo del desierto veo otro tiempo:
Por la ventana veo las aguas inmóviles del río Hudson
mientras tú duermes detrás de tu máscara.
El desierto es como tu máscara,
una crisálida que prepara su última metamorfosis.
Ahora que no se sabe si el sol despunta o se oculta,
el río adquiere la unidad de lo visible y lo invisible,
lo real y lo mágico, los ritmos de la reciprocidad.
Tú reposas a mi lado observándome
con tus ojos encendidos de verde.
Oigo tu respiración, la respiración del desierto.
Y otra vez el tiempo brinca de una cosa a otra,
de un espacio a otro,
de un rostro a otro: combinación de signos
que descifro a diario al atardecer o al alba.
Miro tu rostro hundido en la media luz,
y para serme fiel me pongo tu máscara.
* * *