Santa Rita de Palermo viaja en un Fiat naranja
De voz bonaerense y
de ufana cabellera,
Santa Rita de Palermo,
deambula silenciosa y cabizbaja
entre recelosas misioneras
de cavernas celestiales.
Muchacha de mirada herida,
y fingida alegría,
Santa Rita de Palermo,
cruza rauda Vía Roma
en su Fiat naranja, en su Fiat veloz,
mientras mi corazón
(esa bomba de tiempo)
era melancolía.
Su norte es siempre confuso,
Santa Rita de Palermo,
su norte es una callada guitarra
de doradas cuerdas
que fue pausa y tristeza,
que fue silencio y agonía
al pie del adiós.
Lozana y con lentes de contacto,
en vano traté de acercarme a su sombra,
en vano traté de besarla en Piazza Maggione;
de persuadirla en el Mirador de Monreale,
Santa Rita de Palermo.
Para mis ojos era la única Santa de la ciudad.
La Poesía
Quiero escribir, pero me sale espuma
César Vallejo
Así me han dicho que es Ella,
como la muchacha espigada y caprichosa
que uno espera y no llega a la cita pactada,
o como el vaso de agua que empujamos
sin querer y nos baña
la única prenda decente,
o como el número de teléfono
que inútilmente rumiamos
mientras el bus tarda en la noche,
o como la primera novia que uno reencuentra,
desafiante y maquillada,
después de años,
en una librería de viejo,
quizá divorciada y feliz,
o como una terca goma de mascar
que se aferra a la suela del zapato
y nos asfixia en silencio,
o tal vez como la violenta lluvia gris
de primavera que maldice y huye,
o como el automóvil
que nos juega una mala pasada
en un camino inhóspito y solitario,
así, La Poesía, tan pálida y cruel,
demora, maltrata o silba su
extraña canción.
Una secreta luz
Una secreta luz que nace
en tus ojos me habla
de la asolapada fiebre
que invade tus entrañas y devora,
como el pasajero amor
de las esmeraldas en Magdalena.
Tú, la reina de las Calandrias,
sobrevuelas mi pálido cielo,
débil como un crepúsculo en invierno,
triste como un cuerpo laxo en el quirófano.
Así, las noches pasan,
mientras un boleto silencioso
aleja mis cenizas de la Patria,
pero tú te resistes
con tu vital sonrisa
y reclamas
en medio de la niebla
una caricia o un grito
tal vez como el único gesto digno del camino.